Los griegos y los romanos pensaban que la perla se creaba en una ostra gracias a una gota de lluvia o rocío que penetraba entre las dos valvas. Los persas tenían la misma creencia. Si una perla se deformaba, se veía como una intervención celestial en forma de trueno.
En Oriente, se asociaba la perla con las lágrimas: las lágrimas de los ángeles, las sirenas, las náyades míticas donde el dolor y el sufrimiento se entrelazan de vez en cuando íntimamente con el amor y la dicha.
En Ceilán, la leyenda más conmovedora era la que contaba cómo Adán y Eva lloraron a Abel durante mucho tiempo. Sus lágrimas, reunidas para formar un lago, dieron origen a las perlas. Otra variación contaba que, de las lágrimas vertidas por Eva después del pecado original, nacieron las perlas de color blanco y rosa. De las lágrimas de Adán nacieron las perlas grises y negras, aún más raras y preciosas.
Divino o natural, el nacimiento de la perla siempre ha sido sinónimo de pureza.