viernes, 25 de septiembre de 2020

Librería A. Gomis

En Madrid, la modesta calle de La Luna discurre paralela a la Gran Vía, entre la calle de San Bernardo y la calle del Desengaño. Si te paras en el número 5 actual (antes de la remodelación de la plaza que ahora lleva el nombre de Santa Mª Soledad Torres Acosta, era el número 17) verás algo parecido a ésto:

El rótulo de "LIBRERÍA" todavía se distingue bien, y si te acercas un poco, podrás ver el nombre del titular:


A. Gomis, Ángel Gomis Castillo. Mi tío Ángel, casado con Mª del Socorro (Maruja) la hermana de mi madre. Te voy a contar la historia.


La librería se abrió en el año 1945 con el nombre de "Librería Celeste", un guiño al hecho de que el local tenía dos entradas, una por la calle de la Luna, la ya mencionada, y otra por la paralela calle de La Estrella. Pero la Editorial Celeste que existía en aquellos años protestó y se cambió el nombre a Librería Ángel Gomis.

No era la primera librería de los hermanos Gomis (Pepe, Paco, Ángel y Germán) en Madrid. Unos años antes se había abierto la "Librería Tesoro" en el nº 113 de la calle San Bernardo (después fue "Librería Castillo", ya con solo Pepe Gomis al frente). También, durante muchos años, Paco Gomis y su mujer Eugenia tuvieron las casetas nº 27 y 28 de la Cuesta de Moyano, y el hermano pequeño, Germán Gomis, la nº 19 (*).

Antes de ser librería, el local de la calle Luna estuvo destinado a depósito y venta de material de construcción, como prueban las muestras de azulejos de las paredes y los diferentes tipos de suelo que todavía hoy se pueden ver. Dentro del local, y como cosa curiosa, había (y sigue habiendo) una "cueva" o sótano de unos 20 m2, destinado a carbonera y a almacén de trastos viejos, que sirvió de refugio durante los bombardeos de la Guerra Civil para todos los vecinos del inmueble.

Mi tío decía que era librero "de viejo". Había otras denominaciones: "de libros usados", "de ocasión", "de segunda mano", "de lance"... Pero él prefería la primera. Cada domingo, de buena mañana, hacía su recorrido por los puestos del Rastro donde comentaba las novedades recibidas, las revisaba y, si se terciaba,  compraba algunos ejemplares. Después se trasladaba a la Cuesta de Moyano, donde realizaba el mismo ritual, con saludo a sus hermanos incluido. Pero su fuente principal de suministro era la compra de bibliotecas particulares, normalmente a los herederos de bibliófilos y coleccionistas difuntos, que no sabían qué hacer con ese legado, y que agradecían, como se diría ahora, su "monetización" (aunque siempre por menos dinero de lo que habían imaginado). Esa habilidad era algo que yo admiraba de mi tío: ¿cómo ponía precio a los libros? Tanto a los que compraba como a los que vendía (bueno, esto segundo era más predecible, supongo que aplicaría un margen razonable sobre lo que le había costado).

Una anécdota que recoge mi primo Alberto Gomis en una de sus publicaciones, y de la que conserva "prueba documental" (adjunta) tiene que ver con la labor de la censura durante la época franquista. Cada librería debía tener identificados y sujetos a revisión y, en su caso, requisa, los libros considerados "peligrosos" por el régimen (no existía un "índice de libros prohibidos" como tal, pero sí ciertas "orientaciones"... por lo que los libreros se veían obligados a aplicar su criterio, siempre tratando de pecar por exceso, que no por defecto, por las consecuencias que podía tener). Y, periódicamente, un funcionario de la Subsecretaría de Educación Popular visitaba la librería y pedía ver los citados libros. 

Como se ve en el documento, el 26 de junio de 1957, un probo inspector de firma ilegible visitó la librería Celeste y "recogió" dos ejemplares de la obra "Selecciones de Readers Digest"... que a saber qué perversos artículos contenían. Por supuesto, los dos ejemplares nunca volvieron a la librería.

También la librería tenía sus clientes "curiosos". Yo conocí al Sr. Masip (D. Julio Masip Acevedo). De origen asturiano, porte distinguido y maneras impecables. Doctor en Derecho, trabajaba en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Eran los años 70. Cuando entrabas en la librería y sonaba de música ambiental un tango, podías apostar a que estaba el Sr. Masip. Porque proveía periódicamente a mi tío de cintas de cassete con tangos grabados, bajo el tácito acuerdo de que sonara esa música mientras él hojeaba las últimas novedades, tarareaba la letra y la melodía por lo bajini, y decidía qué libro(s) llevarse esa semana. Por lo que se sabía, el Sr. Masip nunca estuvo destinado en la Argentina, por lo que se ignoraba el origen de esa pasión por la música porteña.

Cada vez que se caía un libro de un estante, cosa no frecuente, pero que a veces sucedía, había una mirada de complicidad entre mi tío y quienes de los presentes en aquel momento "estuvieran en el ajo". Porque se recordaba el "aviso" del Sr. Domínguez, también cliente asiduo de la librería, quien dejó establecido que, aun después de su muerte, su espíritu seguiría visitando el establecimiento y que, para hacerse notar, dejaría caer un libro de un estante... Mi tío le sugirió que, en vez de tirar un libro, dejase caer algún billete de cien pesetas y que, así, sabría que era él...

Mención aparte merece la "batalla" de mis tíos (sobre todo lo sufría mi tía que era la que normalmente estaba en la entrada de la calle de la Estrella) contra los estudiantes universitarios que, cada otoño, desembarcaban por riadas en la calle Libreros para tratar de conseguir de segunda mano, y a buen precio, los textos requeridos en cada carrera: "el García de Enterría" para Derecho, "el Samuelson" para Empresariales, "el Santesmases" para Físicas... (recuerdo el cartel que figuraba en la librería emblemática de la calle Libreros, "La Felipa", avisando de que "si no tienes nada que hacer, no lo vengas a hacer aquí", manifiesto meridiano hacia la eficacia).

Mi tío no "trabajaba" ese ramo del libro usado, y había optado por colgar, en los meses de septiembre/octubre que era cuando se producía la avalancha de estudiantes, un cartel bien visible en la puerta: "NO TENEMOS LIBROS DE TEXTO". Pero que si quieres arroz, Catalina... Con una paciencia de santa y con buena educación, mi tía respondía amablemente a todos los que, haciendo caso omiso del cartel, entraban preguntando por esos manuales universitarios.

En la "trastienda" de la librería había un par de sillones de mimbre que, de forma ocasional, daban lugar a animadas tertulias sobre lo divino y lo humano, mientras mi tío se afanaba en adecentar cubiertas, reparar lomos, encolar cuadernillos sueltos y hacer que, en definitiva, los libros tuvieran el mejor aspecto posible. Siempre protegido por un desgastado "guardapolvos" (qué definición más adecuada) y con su habitual cigarro puro en los labios (¡otros tiempos!).

Por allí pasaban escritores conocidos (José Luis Sampedro, Julio Caro Baroja, Ricardo Gullón, Eduardo Comín Colomer, Ricardo Blasco, el cubano Gastón Baquero,...), locutores y actores de la cercana Radio Madrid (José Luis Pécker, Basilio Gasent, Emilio Gutiérrez Caba,...) o simplemente aficionados a los libros y al arte de la conversación.

Mi tío Ángel falleció en diciembre de 1992. La librería se cerró, y así ha permanecido hasta hoy. El tiempo parece detenido en su interior (hasta el calendario de la pared muestra la hoja de enero de 1993). 





Es inevitable que a muchos de nosotros,  al ver estas fotos, nos venga a la cabeza la metáfora de "El cementerio de los libros olvidados", creado por la imaginación de Carlos Ruiz Zafón. Pero quiero pensar que ni es un cementerio ni están olvidados... sólo están descansando, a la espera de conocer a su próximo dueño.

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(*) La Librería Castillo, en San Bernardo, cerró a finales de los años 70. Los puestos 19 y 28 de la Cuesta de Moyano se devolvieron al Ayuntamiento. Solamente se mantiene el nº 27, donde cada día puedes encontrar a pie de calle a Francisco (Paco) Gomis, el único de la familia que continua con el oficio. Con el descenso continuado en el consumo de libros (nuevos y viejos) y las restricciones impuestas este año por la pandemia, los libreros de la Cuesta de Moyano llevan tiempo lanzando un S.O.S. para poder salvar sus negocios. En junio pasado se constituyó la Asociación de Amigos de la Feria de Libros de Moyano ‘Soy de la Cuesta’. Ayudémosles. 



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Posdata: Casualmente, o quizá "causalmente" quién sabe, la redacción de este post ha coincidido con la lectura del libro "El infinito en un junco - La invención de los libros en el mundo antiguo" de Irene Vallejo (Ediciones Siruela. 2019). Muy recomendable, y entrañable para los "letraheridos" (palabra que he aprendido gracias a Irene). El libro ha despertado mi curiosidad sobre un par de temas que puede que sean el germen de otros posts en un próximo futuro.

8 comentarios:

  1. Ángel, me ha encantado tu entrada; me ha emocionado muchísimo.

    Me has hecho recordar tantos ratos pasados en la librería, que sin duda nada tendrían que ver con los que describes en tus líneas, pero que para mí eran mágicos. También me has evocado a mi padre, tratando sus libros con el mismo mimo que el abuelo.

    Recuerdo ese cartel de "No tenemos libros de texto" y preguntarle a mi padre que si no eran de texto, qué tenían dentro todos esos libros.

    Muchas gracias por permitirme este viaje al pasado tan vívido.

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  2. Qué buenos recuerdos... yo me acuerdo que de pequeños pasábamos por la librería y ¡nos encantaba salir por una puerta y entrar por la otra! El cuadro de Don Quijote que lo teníamos en el salón de Ortigosa... claro que íbamos muy de vez en cuando pero tengo muy buenos recuerdos. Me encantaría volver a visitarla.

    ¡Me ha encantado la historia del Sr Domínguez! ¿Seguirá haciendo caer los libros?

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  3. He vuelto a mi niñez y recordar ir con mis padres, muy amigos de los Gomis, a la librería, de visita a la casa de Paco y Eugenia, en la que nuestra “play station” era enroscar y desenroscar la prensa de los libros y la casa de Ángel y Maruja, en donde pasábamos por el pasillo custodiado por el Espasa y más estanterías llenas de libros de suelo a techo: era como entrar en el universo del conocimiento y ellos, los Gomis, los custodios de todo ello.

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  4. Las modistillas de luna7 de junio de 2022, 21:24

    Mi madre les conocía muy bien, ya que abrió en 1961 en luna 11 ,Merceria Carmina.Yo soy su hija que sigo en el mismo local.Me da mucha pena , las contrapuerta de madera de la librería ,en el estado en que están.

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  5. Hola! De turisteo por Madrid me pare en el “chino” de al lado y me pico la curiosidad, acabando el circulo aqui. Gran historia. Especialmente saber que la librería quedo congelada en el tiempo, que incluso esas enciclopedias no supieron ni sabran mas alla de 1990.
    Abrazo

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  6. Conocimos esta fantástica librería, también a Ángel y a Maruja. Fuimos clientes y siempre nos hemos preguntado si seguirían allí los libros, tras su cierre.
    Gracias por contarnos su historia.
    Saludos.

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  7. Yo soy una de las hermanas Gomis.Mi madre llevaba la librería de San Bernardo.El artículo me ha recordado muchas cosas

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  8. Recuerdo la librería Castillo.He pasado muchas horas allí y en Navidad vendía los cuentos de Enyd Blyton con mi hermana Alicia.Mi madre juntaba a mucha gente de todos los ámbitos y tenían muchas tertulias de política.Gracias por el articulo

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