La primera vez que probé el kétchup (así, con tilde, lo recoge el diccionario de la RAE) fue en Benidorm, a principios de los años 70, cuando un tío abuelo mío, con el que habíamos coincidido en nuestras vacaciones en Alicante, me invitó a un perrito caliente en un puesto callejero y me animó a acompañarlo de esa salsa espesa de tomate que me dijo que se llamaba "kétchup". Un nombre y un tipo de salsa que no era ni mucho menos frecuente en la España de esos años. Porque, recordemos, la primera cadena de restaurantes de comida "americana" que se creó en España fue la Foster´s Hollywood, que abrió su primer establecimiento en 1971 en Madrid, en la calle Magallanes. Burger King llegó en 1975 a la Plaza de los Cubos y McDonald´s en 1981 a la Gran Vía.
(Paréntesis: Supongo que mi pariente conocía la salsa porque vivía en Barajas pueblo y tenía algunos negocios, no sé de qué, con el personal americano de la base de Torrejón. De hecho, en los años 50 y 60 siempre conducía un "haiga" americano, tipo Oldsmobile o Chevrolet, que causaba sensación entre propios y extraños).
Viene todo este preámbulo a cuento porque la historia del kétchup es muy curiosa. Y, como a veces pasa, no he tenido que indagar mucho para conocerla. Está incluida en el libro "Extraordinary Origins of Everyday Things", del físico americano Charles Panati (1943- ) publicado por Harper & Row en 1987. Por lo que casi me he limitado a traducirla, reordenarla y quizá añadir un par de datos que he encontrado en alguna otra fuente. El mérito, por tanto, es de Panati. Aquí vamos.