viernes, 27 de enero de 2023

¿De qué color es el cielo? (y 2)

Test de Holmgren para medir la sensibilidad a los colores
En un post anterior (que puedes volver a leer aquí) dejamos este debate a finales del siglo XIX, cuando no estaba claro si eran la anatomía y fisiología del ojo humano las que, con su evolución, habían condicionado a través de la historia de la humanidad la visión de los distintos colores, o era la evolución del lenguaje de cada "tribu" o cultura la que, de forma progresiva, iba "nombrando" las distintas tonalidades de los colores básicos, en función de la necesidad de diferenciar unas de otras.

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Guy Deutscher (Tel Aviv, 1969 - ) es un lingüista israelí. Cuando su hija Alma (2005) empezaba a hablar, acordó con su esposa el siguiente experimento: 

"Le enseñarían a la pequeña Alma todos los colores del arcoíris y más allá, de la misma manera que la mayoría de los padres le enseñan esos colores a la mayoría de los niños: señalaron objetos (una manzana, una uva, un tramo de hierba brillante) y le dijeron a su hija el color de esos objetos: rojo, púrpura, verde.


Sin embargo, la pareja cometería, a propósito, una omisión en este enfoque prismático de la educación de su hija: Deutscher y su esposa no le dijeron a Alma el color del cielo. Querían ver qué le sucedería a una mente en desarrollo cuando esa mente no hubiera sido informada sobre una de las obviedades más antiguas que tenemos: que el cielo es azul.

Un día, mientras padre e hija estaban paseando, Deutscher señaló el cielo y le preguntó a su hija de qué color era. Alma estaba confundida. Para ella, al parecer, el cielo no era una cosa; por lo tanto, podría no tener color. Pasó un poco más de tiempo. La pareja salió a caminar. Deutscher volvió a preguntar. Esta vez, Alma respondió que el cielo era blanco. Pasó un poco más de tiempo. No fue hasta mucho después que, cuando se le preguntó por el color del cielo, Alma respondió con la respuesta que la mayoría de nosotros consideraría obvia: azul".  (Traducido de  "This Is How People Once Measured the Blueness of the Sky", de Megan Garber, The Atlantic, 2014)

Alma Deutscher
(Paréntesis: Alma Deutscher, que ahora tiene 17 años, está considerada un fenómeno de la música: empezó a tocar el piano a los dos años, seguido del violín a la edad de tres. A los cuatro años comenzó a componer e improvisar en el piano y a los cinco comenzó a escribir sus composiciones. A los seis compuso su primera sonata. A los siete, su primera ópera corta, a los nueve un concierto para violín y a los diez una ópera de duración completa...

En 2021 fue admitida en la carrera de dirección en la Universidad de Música y Artes Escénicas de Viena, para estudiar con el director Johannes Wildner. Con 16 años, ha sido la estudiante más joven en ser admitida en este curso de dirección, cuyos alumnos incluyen a Zubin Mehta y Claudio Abbado. Habrá que seguir su carrera).

Pero volvamos al padre. Guy Deutscher publicó, en 2010, la obra "Through the Language Glass: Why the World Looks Different in Other Languages". (El título hace un guiño al segundo libro de Lewis Carroll de Alicia en el País de las Maravillas: "Through the Looking-Glass") En el libro, además de relatar mejor y en mucha mayor extensión lo que he escrito hasta ahora sobre este tema, formula una hipótesis interesante:

"Argumentaré que las diferencias culturales se reflejan en el lenguaje de manera profunda, y que una creciente corriente de investigación científica confiable proporciona evidencia sólida de que nuestra lengua materna puede afectar en cómo pensamos y en cómo percibimos el mundo".

Deustcher señala varios ejemplos para comenzar a ilustrar esta hipótesis; uno que me parece muy clarificador es el uso del "nosotros" en el idioma tagalo, el hablado en Filipinas. Resulta que utilizan 3 palabras diferentes para lo que nosotros usamos una: 

                        - kita = sólo tú y yo.
                        - tayo = tú, yo y alguien más.
                        - kami = yo y alguien más, pero tú, no.

Otro es que en hebreo, por ejemplo, la misma palabra ("yad") se usa para la mano y el brazo. Y, en sentido contrario, el hebreo y el español tienen dos palabras distintas para describir la parte delantera del cuello ("tsavar") y la nuca ("oref"), mientras que, en inglés, todo es "neck". O que hablemos de "vino blanco" (también "white wine" en inglés) cuando ya se ve que no es blanco, sino "verde-amarillento". 

En cuanto al debate de por qué en las civilizaciones antiguas no parecían tener la misma sensibilidad hacia los colores que nosotros, su hipótesis inicial es que: 

"La gente en las culturas primitivas no tenían ocasión de manipular los colores artificialmente, y no estaban expuestos a una variedad sistemática de colores altamente saturados, sólo a los colores aleatorios y a menudo insaturados que presenta la naturaleza. Así que no desarrollaron un vocabulario refinado para describir sutiles matices de color...

No veían la necesidad de hablar sobre el color de un pez, de un pájaro o de una hoja para diferenciarlo de la forma abstracta del pez o ave u hoja en particular... No encontraban nada extraño en el uso de "negro" para una amplia gama de colores y en decir "negro como una hoja" o "negro como el mar más allá del área del arrecife"". O sea, el triunfo de la cultura y de la evolución del lenguaje sobre la fisiología. 

Pero faltaba por explicar por qué, si cada cultura podía adoptar sus peculiaridades a la hora de definir el rango o los matices de los colores, se daba una misma secuencia cronológica en la aparición de las palabras que designaban los colores básicos en civilizaciones muy separadas geográficamente unas de otras, tal y como había apuntado Lazarus Geiger... Puesto en forma curiosa: 

"Si cada cultura puede refinar su vocabulario de colores de acuerdo a su capricho y circunstancias especiales, entonces, ¿Por qué todos los pueblos, de las regiones polares a los trópicos, desde África hasta América, siempre tienen una palabra para el rojo, por ejemplo, incluso si no tienen nombres para ningún otro color prismático? ¿Por qué no hay lenguas del desierto con un nombre sólo para amarillo (que se supone que es el color predominante en su entorno) y para nada más? ¿Por qué no hay lenguas de la selva con nombres sólo para verde, marrón y azul (idem)?"

En 1969 apareció "Basic Color Terms: Their Universality and Evolution", del antropólogo Brent Berlin y del lingüista Paul Kay, ambos americanos, que parecía dar cumplida respuesta a esta cuestión. Hasta el punto de que el "modelo Berlin-Kay" se convirtió durante décadas en poco menos que en "la respuesta". Sus tesis, fruto de una concienzuda investigación realizada con muestras de hablantes de muy diversas partes del mundo fueron, básicamente, dos:
- hay algo innato en la naturaleza humana que guía la identificación de los colores básicos, aunque luego la cultura establece agrupaciones o divisiones peculiares y
- la evolución de la denominación de los colores en el lenguaje sigue una secuencia común en todas las culturas:
Secuencia de colores en el modelo Berlin-Kay



O sea, básicamente, Berlin y Kay ratificaban, 100 años después, la teoría de Geiger, con una ligera variación, en el sentido de que admitían dos variantes en la secuencia después del rojo y antes del azul: amarillo --> verde o verde --> amarillo.

40 años después, la aportación de Deutscher a este debate sobre la secuencia de colores, y con eso concluyo, es la siguiente:

"La explicación de la secuencia de Geiger también debe buscarse en un equilibrio entre las limitaciones naturales y los factores culturales. Sin duda, hay algo biológicamente especial en nuestra relación con el rojo: como otros monos del Viejo Mundo, los humanos parecen estar diseñados para emocionarse con ese color. Yo una vez vi un letrero en un zoológico que advertía a las personas vestidas de rojo que no se aventuraran demasiado cerca de la jaula de los gorilas. Y los experimentos con humanos han demostrado que la exposición al rojo induce efectos fisiológicos como el aumento de la resistencia eléctrica de la piel, que es una medida de excitación emocional. Hay sólidas razones evolutivas para esto, ya que el rojo es una señal para muchas cosas vitales, lo más importante: peligro (sangre) y sexo (el gran trasero rojo del babuino hembra, por ejemplo, indica que está lista para la cría).

El rojo, color casi exclusivo en el arte rupestre
Pero también hay razones culturales que contribuyen al estatus especial del rojo, y éstas finalmente se reducen al hecho de que las personas ponen nombres a las cosas de las que sienten la necesidad de hablar. La importancia cultural del rojo es primordial en las sociedades simples, sobre todo al ser el color de la sangre. Es probable que la propiedad se desarrolle junto con la manipulación artificial de los colores, cuando el color llega a ser visto como separable de un objeto particular. Los tintes rojos son los más comunes y menos difíciles de fabricar, y hay muchas culturas que utilizan sólo negro, blanco, y rojo como colores artificiales. En resumen, tanto la naturaleza como la cultura dan al rojo protagonismo sobre otros colores, y ésta debe ser la razón por la que el rojo es siempre el primer color prismático en recibir un nombre.
 
Después del rojo, el amarillo y el verde son los siguientes en la secuencia, mientras que el azul viene solo más tarde. Tanto el amarillo como el verde nos parecen más brillantes que el azul, siendo el amarillo, con mucho, el más brillante.  Pero si fuera simplemente el brillo lo que determinara el interés en nombrar los colores, entonces seguramente el amarillo, en lugar del rojo, habría sido el primer color en recibir un nombre separado. Como este no es el caso, deberíamos buscar la explicación de la precedencia del amarillo y el verde sobre el azul en el significado cultural de estos dos colores. 

Amarillo y verde son los colores de la vegetación, y establecer la diferencia entre ellos (por ejemplo, poder distinguir la fruta madura de la inmadura) tiene consecuencias prácticas de las que uno podría querer hablar. Los tintes amarillos también son relativamente fáciles de hacer. El significado cultural del azul, en cambio, es muy limitado. El azul es extremadamente raro como un color de los materiales en la naturaleza, y los tintes azules son extremadamente difíciles de producir. Las personas en culturas simples pueden pasar toda la vida sin ver objetos que sean verdaderamente azules (Como toda regla, ésta tiene su excepción: entre los antiguos egipcios, el color azul sí que era frecuente en sus pinturas y adornos; Deutscher lo atribuye a que en Egipto sí que se había popularizado el uso de tintes azules y, por tanto, había que dar un nombre específico a ese color). Por supuesto, el azul es el color del cielo (y, para algunos, el del mar). Pero, en ausencia de materiales azules con cualquier significado práctico, la necesidad de encontrar un nombre especial para este gran tramo de la nada es particularmente no apremiante".
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Después de todo este viaje por las teorías que explican, más o menos, el porqué de la sensibilidad a los distintos colores y su traducción en palabras, a la pregunta de ¿De qué color es el cielo? no se me ocurre mejor respuesta que a lo gallego: "Pues... depende" :-)))
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Posdata: Ésta era la paleta de colores que Berlin y Kay enseñaban a sus interlocutores para ver cómo identificaban los diferentes matices de color:


Y así era cómo agrupaban los colores los participantes de la tribu Berinmo de Papúa-Nueva Guinea (que sólo tienen nombres para 5 colores) frente a los de habla inglesa (el rectángulo señalado con un punto negro indica aquél que los participantes en el test señalaban como el más representativo del color en cuestión):














9 comentarios:

  1. Un par de breves comentarios:
    Para gustos están los colores (hábil deducción a partir de tu "colorido" artículo de hoy).
    Respecto a Guy Deutcher, parece que el "experimento" le funcionó y su hija Alma ha salido una joven virtuosa en muchas facetas, No obstante, soy de la opinión que cierto tipo de experimentos, mejor con gaseosa. Hace falta ser pelín osado y visionario o un perfecto inconsciente para tener a un hijo/a como "cobaya" de tus experimentos

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  2. Tambien habia oido que los equimales tienen un moton de nombres para el blanco. Si no hubiera auroras boreales no sabrian que existe el verde. Supongo que tendran alguna palabra. Pero ¿porque solo vemos del rojo al violeta?

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    1. Telmo, apelo a tu cultura euskaldún: en la misma línea que lo que comentas del blanco de los esquimales, siempre he oído que, en el euskera tradicional, el color verde tenía varias denominaciones, según los matices de color. Porque, para los baserritarras, era importante señalar esas diferencias. Y que, por eso, al crearse la versión "batua" se optó por una solución de compromiso: "berdea". ¿Qué me dices?

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  3. ¿y las demas longitudes de onda, mas alla de infrarojos y ultravioletas? Como no las vemos, no tenemos nombres de colores, pero tenemos nombres tecnologicos: ondas de radio, microondas, infrarojos, ultravioletas, rayos x

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  4. ¿Porque solo vemos del rojo al violeta? La temperatura de la superficie del sol (unos 5.500ºC) determina el máximo en energía del espectro de emisión en una longitud de onda que corresponde al amarillo: 500 nm (ver https://es.wikipedia.org/wiki/Luz_solar). Las longitudes de onda vecinas se atenúan según la ley de radicación de Plank para el cuerpo negro (aunque parezca increíble, el sol se comporta como un cuerpo negro). El ser humano, en su evolución, ha desarrollado un sentido de la vista que capta las frecuencias solares que transmite máxima energía.

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  5. Aunque todos los hombres primitivos podían ver el cielo y muchos el mar, que esencialmente se limita a reflejar el color de su entorno, no necesitaban un nombre para su color, porque nada importante o comestible era azul hasta que se inventó el helado de pitufo.
    Eso nos ha marcado como especie hasta el punto de que nos repugna comer algo azul. Haced la prueba con un amigo o una amiga, ofrecedle un plato tradicional teñido con colorante alimentario azul. Con un par de huevos fritos funciona muy bien. Antes preparad la cámara del móvil en formato “video”.
    El color rojo ha sido, efectivamente, muy importante para los seres humanos. Cuando se descubrió la síntesis de colorantes en base a la anilina, las extensas plantaciones de rubia pudieron dedicarse a plantar patatas y eso significó que países como Francia pudieran alimentar a toda la población, por primera vez en su historia.
    En España nos afectó menos, entre otras cosas porque nuestro ejército no usaba pantalones rojos como el francés o uniformes completamente rojos como el inglés, pero cuando os comáis un plátano canario pensad que no existiría sin que las plataneras hubiesen remplazado a las plantaciones de taro, usado como alimento para la cochinilla, un insecto que producía un colorante rojo muy apreciado. La cocina típica canaria ni siquiera lo ha incorporado, porque “sólo” hace un siglo y medio que se cultiva allí.
    Saludos a todos desde Uruguay.

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    1. Amigo "Phileas Gibert Fogg"... ya nos contarás de qué va ese periplo atlántico que te estás marcando...

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    2. Pues, querido Ángel, has acertado, estoy dando la vuelta al mundo. Pero en 117 días, de modo que no batiré el récord de Phileas Fogg. Él combinaba tren, globo y barco y yo sólo barco, de modo que invertiré un 46,25% más de tiempo.

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  6. Los unicos colores con nombre genuinamente euskaldun son el blanco (zuria) el negro (beltza) el rojo (gorria) y el azul (urdiña). El azul y el blanco hacen de alguna manera referencia al agua (ur). Los demas, incluido el verde, son importados del castellano. Hay cosas verdes en la naturaleza como hierba (belarra o beharra) y hoja (hostoa) pero no se reflejan en un termino para el color verde

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