viernes, 23 de octubre de 2020

Letraheridos

Te propongo hacer una prueba. Abre un documento en blanco en Word (asumo que es el procesador de textos que usamos la mayoría) y escribe una frase, la que quieras. Por ejemplo: "Estoy haciendo una prueba". Ahora guarda el documento. Si te fijas en el cuadro de diálogo, la propuesta de título para el documento que, automáticamente, te hace el procesador es: "Estoy haciendo una prueba". Por supuesto, tú puedes borrar eso y poner el título que quieras. ¿Por qué hará eso el Word?


Quizá no recuerdes el título de las encíclicas de los Papas recientes, pero apostaría a que te suenan la "Rerum Novarum" (León XIII, 1891), "Mater et Magistra" (Juan XXIII, 1961) ó "Populorum Progressio" (Pablo VI, 1967). Si buscas en Google el texto de, por ejemplo, la primera, verás que comienza así: "Rerum novarum semel excitata cupidine, quae diu quidem commovet civitates, illud erat consecuturum ut commutationum studia a rationibus politicis...". Quizá una casualidad... veamos la segunda: "Mater et magistra gentium a Christo Iesu ob eam causam catholica Ecclesia constituta est, ut, per saeculorum decursum,...". O sea que Word sigue la misma pauta que el Vaticano con las encíclicas... titula los documentos por sus primeras palabras. ¿Y de dónde viene ésto?


Hace unas semanas, en el post sobre la librería de mi tío (Librería A. Gomis), ya anunciaba que la lectura del libro de Irene Vallejo, "El infinito en un junco", me había suscitado varias curiosidades. Esta es una de ellas. Lo que explica Irene es que esta costumbre vaticana es una "herencia" de tiempos remotos, de cuando los textos se escribían en rollos de papiro o pergamino y, normalmente, no tenían un título como tal. Y, si lo tenían, iba al final del rollo, junto con el nombre del autor, dado que esa parte del rollo era la que menos desgaste tenía y, por tanto, garantizaba de alguna forma la permanencia de título y autor en el tiempo.

Pero lo habitual era que no tuvieran título y que, para identificarlos en los primitivos catálogos de bibliotecas y librerías que permitían su localización en cubículos y anaqueles, se usaran, precisamente, las primeras palabras o frases de su texto (por ejemplo, "Arma virumque cano", sus primeras palabras, identificaba a "La Eneida" de Virgilio). O sea, que de ahí viene la práctica del Vaticano con sus encíclicas y del Word con el nombre de sus documentos.

También vía Irene he aprendido la palabra "letraherido" con la que he titulado este post. Quizá la había oído o leído antes, pero no era consciente. Primero la busqué en el DLE y así lo define: 1. adj. Esp. Que siente una pasión extremada por la literatura. (Se trata de una incorporación relativamente reciente; en la edición "en papel" que tengo de 1984 no figura). 

Y buscando su procedencia, encontré esta explicación en un artículo de Enrique Badosa, de 2006: "El término -neologismo también en francés- lo acuñó nada menos que Montaigne, allá en el siglo XVI. Aparece en su ensayo «Du Pedantisme». Texto en el que critica, satiriza y da nombre de «lettreferits» a aquellos «a los cuales las letras han dado un martillazo...» Aquellos que sufren el digamos vicio de leer, y que leen todo cuanto cae en sus manos, lo entiendan o no. Ignoro cuándo este término ingresó en España, vía Cataluña sin duda. Aquí se empezó a emplear mucho en los años 50 de la pasada centuria, y de Cataluña pasó al resto de España: primero en sentido peyorativo, pero el intelectual y el escritor catalán poco a poco lo fueron aceptando en el más vasto sentido de «hombre de letras», escritor o simple lector, pero de los entendidos.  Con este último sentido pasó al castellano, y en ambas lenguas, lo mismo en castellano que en catalán, se usa con una cierta sonrisa, aunque no con poca seriedad.". Curioso.

Pero la "revelación" a la que he llegado gracias al libro de Irene es que... abróchense los cinturones... Homero no "escribió" La Odisea. Y ya puestos, tampoco "escribió" La Ilíada. ¿Cómo te quedas? Está claro que esta rotunda afirmación merece una explicación. 

El que haya puesto "escribió" así, con comillas, te habrá dado una pista. No quiero decir que el autor de esas obras no fuera un tal Homero (que enseguida veremos qué sabemos sobre quién fue) sino que no está claro quién las puso por escrito, ni en unas tablillas, ni en un rollo de papiro, ni en uno de pergamino. Ni, por descontado, en un "libro de páginas". 

Y esto es así porque esas creaciones, que ahora diríamos "literarias", no fueron tales en sentido estricto, sino poemas con una métrica muy característica (hexámetros dactílico catalécticos), pensados para ser memorizados por los bardos y recitados, de forma teatral, en los recintos y palacios de las clases nobles de Atenas, durante sus grandes fiestas y banquetes.

Ulises y las sirenas (nótese sus patas de ave;
fue en la Edad Media cuando cambiaron a ser criaturas marinas)

Fue tiempo después, en la segunda mitad del siglo VIII a.C., cuando el alfabeto y la escritura empezaron a cristalizar en la península helénica. Escribe Irene (pág. 97): "Los cambios fueron lentos. Después del alfabeto, nada volvió a ser igual. Los primeros lectores y los primeros escritores eran pioneros. El mundo de la oralidad se resistía a desaparecer -ni siquiera hoy se ha extinguido del todo- y la palabra escrita sufrió al principio cierto estigma". 

Y concluye: "Cada investigador imagina su propio Homero: un bardo analfabeto de tiempos remotos; el responsable de la versión definitiva de La Ilíada y de La Odisea; un poeta que les dio un último toque; un copista aplicado que firmó el manuscrito con su nombre; o un editor seducido por esa estrafalaria invención de los libros, aire escrito".

Es muy interesante la labor de "copia y mejora" realizada en la biblioteca de Alejandría, adonde llegaban desde todo el mundo conocido diferentes versiones escritas para cada téxto "clásico". Comparando variantes y estilos, los copistas y sus maestros determinaban cuál era la palabra o la frase que mejor se podría ajustar a la "versión original" y, a partir de entonces, esa era "la" versión autorizada. 

Recreación de la sala de copistas de la biblioteca de Alejandría

A manera de coda: Dediqué hace tiempo un post a indagar "¿Por qué los santos se llamaban como se llamaban?", en el sentido de que cada santo que hoy reconoce la Iglesia, y por el que muchas veces son nombrados los recién nacidos, se llamaba así en homenaje a un personaje anterior, casi siempre remoto y a veces desconocido. Pues bien, las Irenes de hoy, en general, se llaman así en honor a Santa Irene, Irene de Tesalónica, una mártir cristiana de comienzos del siglo IV. 

Pero el nombre de Irene o Eirene (en griego antiguo Ἐιρήνη) venía de antiguo: significa "Aquella que trae la paz". En la mitología griega es una de las tres "Horas" (diosas del orden de la naturaleza y de las estaciones), hijas de Zeus y Temis (las otras dos son Eunomia y Dice). Irene es la diosa de la paz y la riqueza. A las Irenes que más conozco, Irene G. e Irene P., les va muy bien el nombre. 

2 comentarios:

  1. Hablando de encíclicas, Ángel, te propongo un post sobre el impacto en la Humanidad de una que no citas: “Dum Diversas”.
    La emitió Nicolás V el 18 de junio de 1452 para apoyar al rey de Portugal en su guerra contra el sultán de Marruecos. En ella le otorgaba el derecho de reducir a la esclavitud hereditaria a “sarracenos, paganos y cualesquiera otros incrédulos” y a tomarles las tierras, y le otorgaba el monopolio del comercio de esclavos en tierras cristianas. Posteriormente lo desarrolló y confirmó en otra encíclica, la “Romanus Pontifex” de 8 de enero de 1455, por la cual el rey de Portugal, que había fracasado en Marruecos, se aseguró el derecho exclusivo de la conquista de África al sur de este país, a cambio de ceder a Castilla las Canarias; aparentemente un mal negocio para el rey de Castilla, salvo que al descubrirse América las Canarias fueron esenciales, como experiencia de conquista y colonización y como base naval intermedia (pero eso es para otro post).
    A partir de ese momento todos los esclavos bozales vendidos en tierras cristianas fueron negros. De ahí a asociar negro = esclavo va poco y eso todavía pesa mucho en algunas culturas, como la anglosajona (en la española mucho menos por las leyes de manumisión y por la prohibición de que los indios portasen armas de fuego, montaran caballos y durmiesen en camas altas).

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  2. Los villancicos también se titulan con las primeras palabras de la pieza (ande, ande, ande ... / a Belen pastores .../ Ya vienen los Reyes ..., ) y muchas canciones

    Dicen los flamencólogos que el "tango" era el canturreo de los esclavos negros "bozales" desembarcados en Cuba allá por finales del siglo XVIII. Lo de "bozales" era porque se les colocaba uno para que no mordieran, tal era su ira por el maltrato que recibían.

    Hablando del origen de los alfabetos, podría ser interesante alguna entrega, si no la ha habido aún, relativa al principio de Rebus o principio de homofonía.

    A mi todavía me alucina mas que el origen de los signos que representan a las palabras, el origen de las propias palabras. Claro que cada idioma o proto-idioma tendrá las suyas. El único ejemplo que me viene ahora a la memoria es la onomatopeya que asocia la lactancia con la "mama".

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